Son las 8pm y me voy a la cama con la serenidad forzada del
apagón, primero todo se va a negro, luego empiezan a emerger las distintas
formas en una paleta de azul oceánico, deja por favor de romantizar los cortes
de luz. Esto es bueno para mi mente, esto me ayuda a no llenarme la cabeza de
basura antes de dormir, entonces logro conciliar el sueño, no sin antes soltar
la lagrimita obligada por la situación del país, del país, hubo una época de mi
vida en la que ni siquiera me importaban los problemas de mis propios
familiares y ahora lloro por todo un país, es un terrible momento para vivir la
crisis de los 25 y uno aún peor para vivir en Venezuela.
Cuatro horas después el beep del aire acondicionado
interrumpe lo que se supone sea un sueño profundo y sé que a partir de ese
momento no volveré a dormir, duerme como bebé durante las adversidades, sufre
de insomnio cuando todo está perfecto. Estiro la mano para alcanzar la laptop,
la abro con cuidado y cierro un poco los ojos para irme acostumbrando a su luz, ésta vez llegó la electricidad acompañada del internet, otras veces tendría que esperar a unas 4 horas extras por el internet.
Entre revisar el feed de cada red y pensar en maneras
apropiadas para explicarle a mi jefe que todo el tiempo que estuve ausente
durante ese día, no tiene nada que ver con mis ganas de trabajar, ni con mi
disposición de cumplir con mis responsabilidades, tienen que ver más bien con
mi condición de venezolana. Entre tanto y tanto se me hacen las 2am, redacto
recuperando al fin algo que me da vergüenza enviar y me dispongo a hacer la
maleta, porque en unas horas tengo que salir de viaje hasta Maracaibo a cumplir
con mi deber académico,
Siempre he sido una terrible mentirosa, por eso cuando mamá
se despierta a las 6am salgo a esconderme en el baño, para que no se dé cuenta.
No me quiero ir, pero tampoco quiero quedarme y ser testigo de cómo la rutina
de la casa se vuelve cada vez más difícil de cumplir. Me voy al terminal, me
subo al primer carro que consigo, todos los viajes son tan iguales que bien
podrían ser uno solo y eso me asusta, porque pude que haya recorrido el mismo
camino unas 150 veces ya.
Tomo pequeñas siestas entre pueblo y pueblo, aún no es un
día terrible, sigue siendo un día como cualquier otro. Una fila de carros
espera por nosotros al norte, han cerrado la única vía existente, nadie puede
pasar en dirección a Maracaibo, nadie puede pasar en dirección a Punto fijo y
en el epicentro una horda de personas molestas, irritadas por el sol, irritadas
por las precarias condiciones de vida. Imaginen que nacieron dentro de un
aglomerado de casas en medio de la nada, que todos los días tuvieran que
movilizarse decenas de kilómetros hacia el pueblo más cercano para estudiar,
trabajar o comprar los esenciales del hogar. Imaginen que además de ese largo
recorrido, llegaran a los comercios y no consiguen nada para comprar, nada que
les sirva de verdad para comer.
Tendrían que regresar entonces kilómetros de vuelta hasta
sus casas, ver a las caras de sus hijos y decirles que hoy la cena no tendrá
pan. Imaginen un calor tan intenso que su mismo se siente insoportable al
contacto, que querrían salir corriendo a la ducha para darse una buena ducha,
solo que esta gente no tiene duchas, se baña con agua que recoge en un envase y
no tienen agua, pues el suministro se agotó antes de que pudiera llegar a sus
casas.
Para estas personas, cerrar el paso es la única manera de
hacerse notar, la única manera de que las personas que van en la carretera, en
sus autos con aire acondicionado, sepan que existen, que tienen nombres, que se
despiertan con hambre y no tienen que comer, que necesitan asearse y no tienen
agua, que necesitan distraerse de sus forzadas existencias y no tienen
electricidad para encender el televisor.
En ocasiones, fantaseo con bajarme del carro, hablar con
ellos, preguntarles por sus vidas, los nombres de sus hijos y en última
instancia, prepararlos para lo peor. Porque
lo peor está aún por venir, pronto,
estas personas dejarán de recibir agua en lo absoluto y la electricidad dejará
de existir en zonas como las suyas y quizás como la mía, entonces ellos podrán
sentir pena por mí y por todos nosotros, para ellos las comodidades como el
agua corriente y la electricidad son tan recientes y volátiles que no notarán
la diferencia, sus vidas podrán seguir adelante, sus hijos podrán seguir atendiendo
a la escuela y sus trabajos quedarán intactos.
Se quedarán sorprendidos de ver cómo somos completamente
inútiles, sin nuestras computadoras, nuestros celulares de última generación, pensarán
en aquellas veces que vieron nuestras caras a través de los vidrios de los
carros compadeciéndose de nosotros, sintiéndose tranquilos por jamás haber
soñado más allá de sus posibilidades, aliviados de no ser como esa horrible gente
que vivió completamente dependiente de esa basura que los dejó en el olvido.
Entonces vuelvo al embotellamiento, sintiéndome terrible, ya
no por ellos si no por mí, miro al conductor resignado, a mis compañeros de
viaje resignados. Así es como el sistema te va quebrando desde adentro sin que
puedas hacer nada al respecto, así es
como el país te va empujando lentamente hacia el borde filoso de una pendiente de desesperación, es así como toda la crisis te hace escribir cosas que nunca has querido escribir por miedo a que los demás te miren con condescendencia,
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